Un día de primavera del 2018 me sentaba en la consulta de medicina interna para que me dieran los resultados de unas analíticas. De esperar que me dijeran, todo correcto, a conducirme directamente a oncología pasaron apenas 5 minutos.
5 minutos que iban a cambiar mi vida por completo. Ni siquiera en ese momento uno alcanza a ver la dimensión de los cambios que se avecinan.
En navidades del 2018 comencé a tener molestias estomacales, algo que en un principio asocié a los malos hábitos que uno suele adquirir en estas fechas. Tras algunas semanas, las molestias continuaban y me preocupó el hecho de que por la noche ya no consiguiera dormir por el dolor.
Finalmente me hicieron una endoscopia que mostró una gran úlcera de estómago que no gustó nada a los médicos. Al día siguiente tenía programado ya un TAC e incluso cita para cirugía urgente en caso de que en el TAC se viera algo más grave.
Yo estaba tranquilo, había sufrido durante meses bastante estrés, y di por hecho que podría ser la causa del problema. Mis hábitos de vida y de alimentación son en general bastante saludables y no contemplaba la posibilidad de que la úlcera fuera en realidad una neoplasia.
Afortunadamente el TAC no mostró ninguna neoplasia, pero sí algunos ganglios anormalmente inflamados, en cuello y abdomen. Hacía poco había tenido una infección bucal, me habían practicado una endodoncia, y además tenía una úlcera del tamaño de un huevo. No podía esperar menos.
Todas las pruebas que me hicieron hasta la biopsia final, no indicaban nada anormal. Incluso en la cirugía para la biopsia, el cirujano me dijo que todo estaba correcto, que los ganglios tenían un tamaño normal, y que no me preocupara.
Llevaba una vida saludable, vegetariano, cuidaba mi alimentación, vida muy activa, en la naturaleza, sin antecedentes familiares reseñables. Apenas algún resfriado en invierno. Mis visitas a médicos en los últimos 20 años se debían sobre todo a una lesión de rodilla en la que llevo varias cirugías. Tiempo después he descubierto incluso, que hábitos que creía saludables, han podido ser perjudiciales.
El día que fui a por todos los resultados, aquel día de primavera, para mi era como un trámite a pasar. Después de aquello además iba a trabajar, como cualquier otro día.
Y así hice, porque en los primeros momentos tampoco me sentía mal.
No tardó en desmoronarse este castillo de naipes que había creado durante el día para protegerme. Esa misma tarde ya volteé mi propio reloj de arena para comenzar la cuenta atrás de mi vida.
Mis primeros pensamientos giraban alrededor de tener una enfermedad crónica, de la que iba a tener que estar pendiente siempre. El linfoma folicular, es un linfoma de lento crecimiento, que responde bien en general a los tratamientos, pero que la medicina considera incurable.
Las primeras semanas fueron como una montaña rusa, dos o tres días preocupado, dos días muy bien, otro día triste, algunos amargado, e incluso días en los que me sentía fenomenal y optimista.
Caer en la tentación de mirar en internet datos sobre la enfermedad, leer testimonios, o investigar sobre los efectos de la quimioterapia, es inevitable. Todas las búsquedas que realicé las hice en publicaciones de universidades y de webs especializadas en investigación para cáncer. Buscar fuentes fiables es muy importante, para no obtener demasiados datos dispares y no confundirse.
Aún así, los datos muchas veces son demoledores. La Asociación Española contra el Cáncer, o la Fundación Josep Carreras, aportan datos estadísticos. Todos ellos indicaban que con los tratamientos que se realizaban hoy en día, un paciente con linfoma folicular tenía una esperanza de vida de hasta 15 años.
Seguramente para la mayoría son unos datos esperanzadores. Para mí, pensar que en el mejor de los casos viviría hasta los 61 años, resultaba demoledor.
Aún no sabía siquiera si me iban a tratar. Dependiendo del estado en el que se encuentre este tipo de linfoma, se contempla mantenerse en vigilancia. Lo que era indudable es que tarde o temprano tendría que tratarlo. Y el tratamiento hoy en día más efectivo, sigue siendo la quimioterapia, aunque se combine con inmunomoduladores.
Después de todas las pruebas para determinar el estado en el que me encontraba, se decidió realizar el tratamiento. Algo que incluso me tomé como una experiencia más. Me veía fuerte para afrontarlo, y sabría que me recuperaría rápido.
Así fue. El tratamiento resultó efectivo, y 4 meses después puedo decir que prácticamente estoy igual que antes de comenzar. Aunque sinceramente, las fuerzas flaquearon mucho durante el mismo.
El tratamiento concluyó, ahora hay una remisión, cuya duración es incierta. Y una vez pasado por todo, creo que para mi ha sido más duro afrontar el tratamiento y sus efectos colaterales, que la propia enfermedad.
A día de hoy temo más tener que volver a tratarme más que una recaída. Creo que subestimé lo que suponía una quimioterapia, y el tratamiento con anticuerpos monoclonales. En su momento no conseguí la información adecuada, y los médicos que me trataron me indicaban que era muy suave, y así lo creí.
Si alguna vez tengo que volver a tratarme, seré más concienzudo con la información que recojo para estar mejor preparado.
Entrar en grupos de gente que padece la misma enfermedad ha supuesto también toda una experiencia. Hay muchos que nos dejaron, muchas complicaciones que los médicos no te cuentan. Por otro lado pude leer el testimonio de gente que lleva en remisión hasta casi 30 años. Creo que para mí ha sido clave para afrontar el linfoma.
Así que centré mis búsquedas y lecturas en los testimonios de gente que había salido adelante y que llevaban muchísimos años sin tratamiento, contradiciendo las estadísticas médicas. No dejé de lado leer casos en los que había recaídas o complicaciones con los tratamientos, para también aprender de los errores.
Una de las decisiones que tomé, que seguramente marcaron un antes y un después, fue compartir mi experiencia. Las muestras de cariño y ánimo de la gente querida y de muchos que apenas conoces, es un pilar fundamental en la recuperación.
Además gracias a gente que hizo antes lo mismo, he podido tener una referencia a seguir. Lamentablemente, la medicina trata el cáncer, pero no prepara a la gente para todo lo que conlleva tanto el tratamiento como el proceso.
Cuando me dieron el diagnóstico, durante semanas tenía claro que no iba a compartirlo nada más que con la gente más cercana. Tenía miedo de no soportar estar dando todos los días partes de mi estado, o que hubiera gente que no fuera optimista ante una situación así influyera en mi estado de ánimo.
Cuando uno hace público que padece cáncer, puede caer en el victimismo. De repente eres un foco de atención, que cuando llega la remisión, deja de lucir. Si ya estás bien, nadie te pregunta ya, se da por hecho que ya se acabó todo. Tuve claro cuando compartí que tenía un linfoma, que lo haría para ayudar a otros que estuvieran en mi situación, y no para utilizarlo como un reclamo de atención.
Aún así, hay momentos en los que se centran tanto las conversaciones en el proceso por el que estás pasando, que uno olvida que los demás también existen y que sus problemas son tan importantes o más que los tuyos.
En cuanto al tratamiento en si, también era muy fácil caer en buscar alternativas que pudieran ayudar o complementar. La información que hay al respecto es muy extensa, pero en su mayoría es muy poco específica, y poco contrastada. Tuve que afinar muy bien, a pesar de que llevo años trabajando con medicinas complementarias.
Cada tipo de cáncer y cada tratamiento es distinto, y no hay una fórmula que sirva para todos. Busqué lo mejor para mi caso, y todo lo que venía a mí trataba de realizar un estudio minucioso para comprobar realmente que sería efectivo o que no interferiría en el tratamiento.
Hablé con especialistas al respecto, pero sin saturarme. Elegí las personas en las que iba a apoyarme y de las que aún estoy aprendiendo, siendo este mi eje principal. Posteriormente han surgido algunas otras alternativas, que incorporo como complemento sin hacer grandes cambios en mi estrategia principal.
Nada de esto habría servido tampoco de no tener a mi lado a la persona con la que comparto lágrimas, preocupaciones, alegrías y proyectos. No hay día que no de gracias por lo afortunado que me siento por contar con su apoyo.
Agradezco y agradecí el no compadecimiento, el simplemente estar ahí. El saber que pasara lo que pasara, siempre estaría.
Desde aquí doy las gracias a tod@s los que de alguna manera me habéis acompañado y seguís haciéndolo.
Mi vida jamás será la misma, estoy seguro de que será mejor, aunque ahora mismo no pueda apreciar todo lo que me está ayudando esto.
Afrontar un diagnóstico de cáncer parece difícil, pero en realidad no lo es, todos acabamos haciéndolo. La debilidad a nivel físico que estamos generación tras generación consumando, es directamente proporcional a la fortaleza mental a la que nos conducen todas estas situaciones límite.